3 abr 2011

Timidez innecesaria

No sé qué hago en un café cuando odio el café.
Me siento en una mesa y cierro los ojos intentando ser una persona normal. Observo. Parejas. Odio las parejas. Odio el amor. Odio todo lo que me rodea. Me concentro en detalles como la música, la mesa con algunas manchas hechas por los clientes anteriores. Me toco la ceja mientras saco la agenda y veo qué citas tengo hoy.

Ninguna.

En realidad saco la agenda para que la gente crea que soy importante, que no estoy podrida por dentro. Rebusco entre mi bolso de piel y saco mi móvil, y hago como que escribo mensajes, pero en realidad leo los cuatro o cinco mensajes que tengo, que son promocionales de mi propia compañía. Suspiro buscando a que la camarera me pregunte que qué quiero, simplemente para tener contacto social con alguien.
Suenan canciones que no conozco pero que diría que conozco para hacerme la interesante. En realidad no sé nada y todo es una fachada gruesa e impoluta, pero por dentro las pocas cosas que hay ya no funcionan.
Por fin escuchan mis ruegos y me preguntan que qué quiero. Me saco los cascos del ipod, lo guardo y digo que un té porque la gente que bebe té suele ser más sofisticada, y yo soy sofisticada, o eso aparento ser.
Espero sentada mientras busco en una mirada gentil para entablar una conversación, que sé que nunca voy a empezar gracias a la timidez heredada de mi padre.
Me quejo de soledad pero tengo miedo a que alguien me conozca. A que alguien se dé cuenta de que en realidad no soy aquella chica intelectual con miles de temas para hablar. Solo soy una jovencita tímida, aburrida y miedosa.
Porque todo me da miedo.
Pero ese no es el tema, se acerca la camarera y me sirve el té. Un tímido gracias y ya se ha dado la vuelta.
Un pequeño sorbito hace que mi lengua se quemé y dejo el té en la mesa. Remuevo con la cuchara, porque soplar delante de la gente me parece de mal gusto.
Vuelvo a mirar alrededor para ver si alguien quiere saludarme, o si me encuentro a alguien conocido... ¿Qué remota posibilidad hay de que me encuentre a alguien conocido? Son casi nulas. Las personas que conozco que no son mi familia puedo contarlas con los dedos de una mano. No sé porqué me molesto en ni siquiera mirar.
Una llamada de mi madre que ignoro porque me da vergüenza decirle que estoy sola, que me han dejado plantada otra vez.
Ella sabe que sufro este mal desde que nací. La desgracia inunda mi ser y lo contagia a mis cercanos... por eso ya no hay nadie cerca.
Ahora el té está un poco más frío y puedo dar el primer sorbo. Le falta azúcar. Levanto la mano con timidez para que se acerque algún camarero a preguntarme que qué me pasa, que de qué me quejo. Transcurren unos segundos y un camarero poco agraciado se dirige a mí. Le digo que necesito azúcar. Asiente y espero con las piernas cruzadas.
Aparece con un frasco lleno de azúcar, le doy las gracias y se marcha. Me sirvo el azúcar y ahora sí que puedo dar el primer sorbo.
No está demasiado bueno, pero tampoco está demasiado malo, no sé qué voy a pedir, es un simple té. Me lo bebo poco a poco mientras comienzo a divagar. Qué voy a hacer durante estas próximas cuatro horas. Qué le diré a mi madre cuando llegue...

En el transcurso de esos pensamientos, ya me había acabado el té, así que vuelvo a levantar la mano para que la camarera que me había atendido inicialmente se acercara a mí. Le pido la cuenta y me dice que setecientos pesos. Pago con un billete de mil y me voy, cogiendo mi abrigo y mi bolso. Afuera llueve y hace un poco de frío. Me aprieto a mí misma como si de un auto-abrazo se tratara... contemplo mi cara reflejada en las vitrinas mientras el tiempo pasa cada vez más lento.
En mi ipod suenan canciones de grupos japoneses que quizás nadie en el mundo más que yo escucha, pero aquellas canciones me hacen volver a sentir... me hacen volver a recordar momentos. Momentos felices y tristes, pero al fin de al cabo, momentos. Algo. Lo que fuera. Eso es lo que necesitaba en mi vida. Acción. Estaba harta de aquella monotonía, no sabía qué hacer, estaba desesperada, con la cabeza metida en un amor que ni siquiera iba a funcionar en la otra punta del mundo. Ya no sabía en qué creer. Ya no sabía qué pensar. Estaba al borde del colapso.

Pobre Pabla Albanecich. Está harta de fingir...

2 comentarios:

  1. Si te digo que creo que te comprendo y que tu pareces comprenderme, ¿me creerás?

    ResponderEliminar
  2. Claro que te creo. Pero también creo que la distancia influye mucho en nuestra amistad.

    ResponderEliminar